Concepto

La lectura digital es la que se desarrolla en cualquier tipo de pantalla mediante el uso de un programa que permite visualizar correctamente los contenidos, que pueden ser textuales, iconográficos o audiovisuales. Se trata de un tipo de lectura que se desarrolla en diferentes tipos de dispositivos con alternancias según los textos y las prestaciones que ofrecen los mismos. Tablet, e-reader o dispositivos dedicados, que emplean la tinta electrónica, Smarphones y ordenadores tanto portátiles como de mesa son los principales espacios en los que se desarrolla ésta.

La lectura digital se puede desarrollar en diferentes entornos y con diferentes posibilidades dependiendo de:

  • El dispositivo
  • El programa o la aplicación de lectura
  • La red en la que se inscriba la obra
  • Los sistemas de DRM que fijan los usos permitidos de la misma

Lectura Digital

Análisis

Las prácticas de lectura y compra de libros, y de otros documentos, están cambiando sustancialmente. Uno de los instrumentos que mejor fundamenta y da fe de este cambio, en España, es el informe Hábitos de Lectura y Compra de Libros que publican la Federación de Gremios de Editores y el Ministerio de Cultura. Una herramienta que, con todas las prevenciones con que se puedan adoptar acerca de sus criterios y metodología (Pouliot, 2009), representa un instrumento único para conocer la evolución de lectura y lectores en España, por cuanto la serie histórica cuenta con más de diez años de antigüedad.

Desde el año 2006 el informe comenzó a introducir datos sobre el uso de Internet en la lectura, sometiendo a observación los usos que se hacían de la red para ese cometido. Pero eran actividades que figuraban contempladas bajo el epígrafe de “Otras actividades y su relación con la lectura”. A partir de 2008 se incluye una sección específica dedicada a la lectura e Internet, donde se interroga sobre la frecuencia con que se lee prensa, se descargan libros o se busca información sobre ellos. Pero no es hasta 2010 cuando se introduce una variable nueva en los estudios, esto es, la forma en que se lee, pc, móvil, ereader, etc. lo que evidencia el cambio en los hábitos y la importancia que desde el punto de vista estadístico cobran estas nuevas formas de lectura. Además, el epígrafe bajo el que se agrupan los datos pasa a denominarse “la lectura en soporte digital”, otra muestra más del cambio de tendencia terminológico, reflejo del cambio en los usos.

 

Los datos que arrojan los barómetros de los últimos años muestran modificaciones interesantes en el uso de la red. En el año 2005 un 3,2% de los usuarios utilizaban la red para la compra de libros, con un promedio de libros comprados de 3,7. Pero un 35% utilizaba la red para buscar información sobre libros, y un 20% leía la prensa en Internet. Los datos relativos al año 2006 son bastante similares. Sin embargo en el año 2007 se comienzan a producir cambios significativos. El porcentaje de usuarios que compran libros en la red se triplica, llegando al 11,1%, la consulta de prensa y revistas digitales alcanza porcentajes en torno al 57%, y la lectura y descarga de literatura en la red se sitúa en el 17%. Hay que tener en cuenta que 2007 es el año de despegue de los dispositivos de lectura electrónicos de nueva generación con pantallas de tinta digital, con Kindle y Sony como abanderados del nuevo sistema, y que la oferta de libros electrónicos empieza a emerger con pujanza en los sitios de Amazon y otras plataformas digitales (Cordón; Arévalo; Martín, 2010). Los porcentajes son similares en los años posteriores con un ascenso de la compra de libros en la red que alcanza el 14%, aunque es cierto que esta compra se refiere al uso de la red para la compra no a un determinado tipo de soporte. El indicador más directamente relacionado con el consumo de soportes electrónicos para la lectura es el de “descarga de literatura” cuyos porcentajes durante estos primeros años han oscilado entre un 10-15%.

En 2010 se cambian los criterios estadísticos introduciendo un epígrafe sobre lectura en soporte digital, pero el cambio de sistema conlleva modificaciones significativas en los resultados que, aunque impiden su comparación con las series anteriores, permiten contemplar un panorama en transformación permanente. Además, se precisa qué se entiende por lector en soporte digital, un nuevo concepto que se introduce en el estudio. Según éste es aquel lector que lee con una frecuencia al menos trimestral en un ordenador, un teléfono móvil, una agenda electrónica o un E-Reader.

En 2010 cerca de la mitad de la población de 14 o más años (48,6%) es lectora de formato digital. De estos, un porcentaje todavía elevado (48%) lee en el ordenador, un 6,6 en el móvil, y un 0,8% en el e-reader, porcentaje que se eleva al 1,1% en la encuesta del 2º cuatrimestre de 2010. El perfil de los lectores digitales es interesantes porque ilustra acerca de las tendencias y lo desarrollos futuros. Los lectores digitales hombres (54, 3%) superan en 13, 3 puntos a las lectoras (41, 0%) y por tramos de edad, la diferencia más acusada, 70 puntos, se da entre los jóvenes de 14 a 24 años (78, 2%) y los mayores de 65 años (7, 7%). El nivel de estudios también agudiza las diferencias entre los lectores digitales, así el 75, 2% de los que tienen estudios universitarios utilizan los nuevos soportes tecnológicos, porcentaje que desciende hasta el 21, 5% entre los que sólo tienen estudios primarios. Los entrevistados utilizan los soportes digitales, sobre todo, para leer periódicos o revistas (36, 8%), mientras que para leer libros sólo lo utiliza el 5%.

El informe presentado en el año 2013 confirma esta progresión, al igual que las estadísticas aportadas por el Instituto Nacional de Estadística. Según este, lee en soporte digital el 58% de los españoles a partir de los 14 años (52,7% en 2011). Pero l 76,1% de la población con estudios universitarios es lectora en soporte digital.  Los lectores en soporte digital han aumentado en todos los soportes. En el ordenador 9,3 puntos, en el móvil, agenda electrónica 6,0 puntos. El aumento más significativo se ha producido en la lectura en el e-Reader que es cinco veces mayor que la registrada en 2010.Lo más leído en el ordenador es la prensa online y las webs, blogs y foros (37,8% y 30,5%, respectivamente) y en los móviles, agendas electrónicas, etc. (9,3% y 11,7%). Hay que destacar respecto a años anteriores un desplazamiento en el soporte de lectura digital del ordenador, aunque sigue siendo mayoritario, hacia los otros soportes, smartphone y e-Reader.

La encuesta sobre uso de las tecnologias de la informacion en los hogares, publicada por el INE, en 2014, muestra como El 74,8% de los hogares con al menos un miembro de 16 a 74 años dispone de ordenador en el año 2014. Este porcentaje es ligeramente superior (1,5 puntos) al del año pasado. Del conjunto de productos TIC investigados en la encuesta de este año, el lector de libros electrónicos (e-reader) es el único que muestra un comportamiento claramente expansivo, 5,6 puntos más que en la encuesta anterior, estando disponible ya en el 20,0% de los hogares.

Strategy Analytics en su informe de 2014,  pone de manifiesto una vez más el crecimiento del mundo de la lectura digital. Según el estudio, el mercado global de los libros digitales alcanzará en el año 2020, un valor de 16.700 millones de dólares

Esta cifra representa algo más del doble de la que se obtuvo en 2013, donde el valor total era de 7.000 millones de dólares. Este crecimiento habla muy a las claras de la situación que sufrirá el mercado de los libros en los próximos años, con un gran crecimiento de los formatos digitales de los libros.

Si traspasamos estas cifras a porcentajes, en el año 2020 la lectura digital representará un 23%, frente al 9% que representaba en el año 2013.

La mayoría de todos esos lectores que se inclinan por leer eBooks utilizarán los dispositivos móviles y las tablets para ello, aunque también existirá un gran grupo de lectores que usaran los eReader para disfrutar todavía más de la lectura digital. En este ámbito variará muy poco el panorama actual donde la mayoría de lectores usan una tablet o smartphone para leer sus libros en formato digital.

Estos datos no hacen sino confirmar tendencias que se pueden observar en todos los ámbitos. Por ejemplo el de la progresión del préstamo de libros electrónicos en bibliotecas que, con la puesta en marcha de e-biblio en España comienza a despuntar, como lo había hecho en otros países como Canada o Estados Unidos, donde las cifras de préstamo de este tipo de materiales se cuentan por millones.

 

Implicaciones

Las cifras estadísticas,  aunque no hablen por sí mismas, permiten descubrir interdependencias y diferencias entre fenómenos no apreciables a simple vista, sugieren interrogantes que en una primera aproximación permanecerían ocultas. Permiten la integración de datos a menudo heterogéneos en un sistema de análisis coherente que posibilite el establecimiento de modelos prospectivos aplicables a otras situaciones.

Es cierto que las cifras rara vez revelan algo que no haya sido previamente pensado, pero propician el conocimiento de las líneas de fuerza, los ritmos de crecimiento, las tendencias, las mutaciones coyunturales,  y las expectativas generadas por fenómenos como el que ahora estudiamos. Y lo que revelan, en una primera instancia, es un cambio de tendencia en el ciclo de transferencia de la información que afecta al sector editorial en general y al de los libros en particular. Si la historia de la comunicación podemos analizarla desde la óptica de las relaciones entre emisor y receptor y los procesos que han determinado las mismas, observamos como su evolución ha estado determinada por la paulatina restitución del emisor, e incorporación del receptor, en el proceso global. La aparición del documento posibilitó la conservación de éste y su transmisión en la distancia y el tiempo, pero desagregó los elementos espacio temporales inherentes a la comunicación oral. Las tecnologías de la comunicación que han ido apareciendo a lo largo de la historia, pero fundamentalmente en los siglos XX y XXI, han permitido la reintegración de los elementos, primero de manera parcial (sonido, imagen), y después, con el desarrollo de la web 2.0, total, posibilitando la transmisión de información en tiempo real, y la intervención del receptor en la articulación de los procesos comunicativos.

 

En el caso del libro nos encontramos con  unas formas de comunicación en las que la vocación de mensaje totalizado y universal propicia la descontextualización del contenido y se erige en condición de su capacidad comunicativa, diluyéndose en una pluralidad caracterizada por la interactividad, la vinculación múltiple, y la hipertextualidad. Las conexiones entre accesibilidad, difusión, y publicidad, desaparecen, borrándose los límites materiales y fenomenales entre documentos y colecciones. Este cambio de prioridad tiene el efecto de desestabilizar las mediaciones tradicionales, las encargadas de los textos legitimadores, como empresas o comités editoriales, y aquellas que regulan la economía de los intercambios, como los derechos de autor y el copyright

En agosto de 2013 Ewan Morrison  publicaba un artículo en el que el autor vislumbraba el universo digital desde la atalaya del año 2043, al que se había trasladado como antes hiciera su precursor ilustrado Luis Sebastien Mercier . Desde la misma, observaba una serie de fenómenos que sirven para caracterizar, desde un punto de vista paródico, algunas de las características de la lectura digital y sus derivaciones sociológicas, empresariales y culturales. Autores, editores, bibliotecas y lectores habían cambiado en sus definiciones canónicas y en sus prácticas de creación, producción y consumo. Los autores, habían devenido en franquicias, en las que sus obras eran utilizadas para configurar un universo híbrido en el que cualquier tipo de remezcla, combinación o secuela estaba propiciada por un sistema de versiones múltiples. Los sistemas de creación algorítmica propiciados por programas altamente desarrollados permitían, por otra parte, el desarrollo de títulos de cualquier naturaleza y estilo, según el gusto de los lectores.  La concentración editorial había alcanzado su máxima expresión, de tal manera que muy pocas empresas dominaban el mercado de contenidos digitales, y todas las propuestas culturales habían sufrido una vampirización por parte de un sistema canibalizado por las empresas de alta tecnología.

Lo interesante de este ejercicio prospectivo no es tanto el dibujo un tanto apocalíptico e infundado, que es habitual en los momentos de disrupciones tecnológicas, sino el panorama de un sistema en el que se van desdibujando conceptos y fenómenos que estaban ampliamente asentados en el modelo analógico, la articulación de un nuevo sistema en el que la transición, el cambio y la renovación permanente se erigen en paradigmas de las prácticas de creación y consumo digital.

La revolución digital representa una modificación de todos los elementos que, parcialmente, habían sufrido algún tipo de transformación en momentos históricos precedentes: de los soportes de la escritura, de la técnica de reproducción y diseminación, y de las maneras de leer. Tal sincronía resulta inédita en la historia de la humanidad. Aunque el cambio más significativo es el de la aparición de las mediaciones, o de las intermediaciones tecnológicas. Junto al muro del código aparece ahora el del cristal necesario para acceder al código, y el de todo el resto de los códigos contextuales que es preciso interpretar para poder acceder correctamente al mensaje. Un mensaje que se complejiza por la intervención de elementos dinámicos, de hipervínculos, de puertas de entrada y salida al contenido que lo va refrescando, transformando y modificando, dotándolo de una significación única para cada lector.

La singularidad de la interpretación ya era una constante en el contexto analógico, pero en el digital se normaliza por las posibilidades de carácter tecnológico que este le otorga. Si en el libro convencional era el contexto, el bagaje cultural el que determinaba en gran medida los matices interpretativos, en el digital a esta condición se le adhieren los sistemas de tránsito a través del espejo de la máquina y de sus posibilidades. Nunca como hasta ahora el medio es el mensaje, pues este deja ser una corriente continua y controlada para convertirse en un piélago de afluentes.

La comunicación digital tiene un carácter holístico, implica a todos los sentidos. El proceso se rompe con la aparición del documento, el emisor se separa del receptor para facilitar la comunicación en la distancia y en el tiempo. Con los documentos manuscritos se conservaba, en cierto modo, la impronta del autor, en la medida en que seguían manteniendo un carácter distintivo, cada uno obedecía a las características y circunstancias del momento. Cada copia, aunque fuera de manera indeleble, era distinta de todo el resto, aunque hubiera salido de una misma mano. Con la imprenta el proceso se serializa y la despersonalización adquiere su máxima intensidad, los únicos signos distintivos obedecen al diseño y a las marcas editoriales. El discurso, su estructura, sus tipologías las fija el editor. Durante 500 años hemos asistido a un distanciamiento de autor-lector, a una separación de emisor-receptor-documento, y a una serializacion de los contenidos, marcados por las decisiones del editor que fijaba la forma del discurso.

Con las nuevas tecnologías los elementos del proceso comunicativo se reagrupan incorporándose de nuevo a este desde un punto de vista total (imagen-sonido-texto-interactividad) o parcial (sonido o imagen), y además se incorporan todos los elementos de personalización que habían desaparecido con la imprenta, rompiéndose de esta manera el orden de los discursos, el de la razones y el de las propiedades que habían singularizado la época impresa.

En todo este proceso subyacen los procesos de visibilidad, extimidad y sociabilidad que caracterizan a las nuevas prácticas de lectura, que rompen igualmente con el carácter hermético y ensimismado que había adquirido esta, excepto para círculos reducidos de lectores. Por su parte visibilidad y accesibilidad están estrechamente relacionadas con el concepto de apertura, que ya hubiera pergeñado Umberto Eco, en un ensayo premonitorio articulando practicas lectoras completamente diferenciadas. Frente al concepto de lectura cerrada, acabada, concluida en los límites que circunscribe la fisicidad de un libro impreso, surgen nuevas nociones de lectura que dan fe de prácticas vinculadas con los nuevos medios y que resitúan, tangencialmente, las nociones de borrador y obra. El libro como objeto impreso reviste la impronta indeleble de la intervención editorial, que le confiere su realidad formal y conceptual, pero también legal a través del contrato de edición. El libro se distingue fácilmente de cualquier otro producto impreso, por su singularidad estética y simbólica, por sus elementos referenciales y por su imagen inscrita en el inconsciente colectivo que lo percibe como tal. El editor le proporciona a la obra su forma material, inscribiéndola en los sistemas de explotación que la colocarán en una escala de legibilidad próxima al lector y al autor.

La digitalización constituye una ruptura de este universo, permite la multiplicación del discurso, la diseminación indiscriminada, su explotación multiplicada, su fragmentación y deconstrucción, y en algunos casos, su pérdida de identidad total o parcial. La digitalización introduce una diferencia de naturaleza con respecto a las obras impresas, no solo de grado, tanto en la producción como en la distribución y explotación de las obras. El libro electrónico deviene en sistema, un sistema abierto, versátil y en constante evolución.

Si el acto de la publicación supone la operación fundacional en la vida de una obra y, para el caso de los documentos impresos, está perfectamente establecida, cuando trabajamos en el seno de las redes electrónicas el acto primigenio que da origen a un documento escapa, en muchas ocasiones a cualquier tipo de control, existiendo la posibilidad de constantes cambios que dificultan su filiación.

Existe una suerte de crecimiento biológico del documento que, en muchos casos, va incorporando comentarios, añadidos, correcciones, modificaciones sumarias, que lo transforman en una especie de palimpsesto digital, en el que la última versión acumula y refunde las anteriores que pueden haber desaparecido. El libro como una suerte de palimpsesto digital susceptible de una permanente renovación, de un crecimiento ininterrumpido, de una contemporaneidad constante.

Y es en todo este entramado donde la lectura digital cobra nuevos significados y modalidades. El internauta deviene en mobinauta, impulsado por una lectura que se plasma, cada vez con más frecuencia, en dispositivos móviles, una lectura conectada, hipervinculada, social y colaborativa. El lector interpreta y participa del contenido ubicándolo en un contexto diferentes, viralizándolo a través de redes sociales generales o especializadas, empleando para ello aplicaciones de lectura social como Readmill, Dot Dot Dot, Openmargin, Hipothes.is, etc. que integran las posibilidades de colaboración, anotación y etiquetado en el propio sistema lector. Los contenidos adquieren una nueva dimensión en el ámbito digital, desde el momento en que son sometidos a audiencias que pueden crecer exponencialmente, favoreciendo sistemas de recomendación y coparticipación diferente.

El libro se convierte en un territorio documental nuevo, en un lugar de encuentro de lectores y autores, donde los metadatos, los algoritmos de búsqueda y los sistemas de descubrimiento se erigen en plataformas de un nuevo ecosistema que tiene al lector como elemento central del mismo. La importancia se desplaza del objeto al contenido, y aunque autores como Chartier, Laufer, McKenzie, y otros estudiosos de la sociología de los textos demostraran que las formas también producen sentido, este se va debilitando en beneficio de un contenido multiforme, ideado para un lector ubicado en un sistema tecnologíco itinerante y permanentemente renovado, un lector ubicuo para el que la tecnología es cada vez más transparente y los conceptos que le afectan son los de accesibilidad, interoperaliblidad y sociabilidad

 

Referencias

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